

El próximo 16 de octubre tendrá lugar la elección de gobierno en China, donde se espera la renovación para la administración actual y el ingreso de una nueva generación política que asumirá roles importantes durante el próximo período de cinco años. Dentro del tradicional calendario lunisolar chino, este domingo que dará comienzo a la semana, es conocido en su término solar como “El florecimiento de los Crisantemos Amarillos”, un período de cinco días que muestra el avance del otoño. Pero esta fecha también carga con una significatividad muy especial para el gobierno, ya que recuerda varios hechos fundacionales en la historia del Partido Comunista Chino.
El primero de estos acontecimientos es nada menos que el inicio de la “Larga Marcha” o “Gran Marcha”; la famosa movilización del Ejército Popular de Liberación, que recorrió más de diez mil kilómetros durante la guerra civil de 1934. Este episodio en la historia moderna de China es un hito, tanto para la identidad popular de la nación como para la conducción del Partido, ya que determinó la llegada al poder del primer Presidente de la República Popular Mao Zedong.
Resistiendo la persecución del gobierno nacionalista liderado por Chiang Kai-Shek, que había emprendido una campaña de exterminio en su contra, las tropas del sector comunista debían encontrar la manera de eludir una derrota asegurada. El 16 de octubre de 1934 un contingente de más de 85 mil hombres partió desde la provincia de Jiangxi para emprender su osado repliegue estratégico, que luego de una esforzada campaña permitió organizar la contraofensiva que culminó con el éxito de la revolución y dio fin a un largo período conocido como el siglo de la humillación.
Tras décadas de batallas y conflictos armados, la naciente república se dispuso a reconstruir el país para mejorar las dañadas condiciones de vida que soportaba el pueblo. Pero a pocos meses de comenzar, el nuevo gobierno debió enfrentar su prueba de fuego cuando un contingente militar de la ONU liderado por Estados Unidos ingresó en la península de Corea, para intervenir a favor del sur en la guerra civil de ese país.
Hacia 1950 Corea se encontraba dividida, luego que Estados Unidos y la Unión Soviética ocuparan el vacío de poder dejado por el Imperio de Japón, que había invadido la región durante su expansión colonial en la primera mitad del siglo XX. Cuando las potencias retiraron su tutelaje sobre el país, los gobiernos del norte y el sur entraron en conflicto por la legitimidad de su soberanía en el territorio coreano. La situación escaló rápidamente luego que el norte consiguiera avanzar hasta la ciudad de Busan, y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas otorgara a Estados Unidos la conducción de una operación para apoyar al bloque del sur, que se encontraba prácticamente derrotado.
Entre agosto y fines de septiembre la situación fue revertida por el desembarco norteamericano en la península. Comprendiendo que esta injerencia formaba parte de la tensión global conocida como guerra fría, la dirección del partido conducido por Mao Zedong aprobó el 16 de octubre de 1950 la movilización de tropas voluntarias del ejército para apoyar al pueblo de Corea, que era víctima de permanentes ataques sobre la población civil. Las fuerzas norteamericanas emprendieron entonces un bombardeo incendiario a gran escala, llegando a utilizar más de 35 mil toneladas de napalm durante su participación en el conflicto.
Injustamente catalogada por la historiografía como una “guerra limitada”, esta disputa arrasó con la vida de cientos de miles de combatientes y aproximadamente tres millones de civiles. La comandancia de la operación norteamericana estaba bajo las órdenes del general Douglas MacArthur, quien presionó sobre los mandos del Pentágono para ejecutar un ataque nuclear masivo en Corea y dirigirse inmediatamente contra China. Su objetivo era desplazar al gobierno de Mao para colocar en el poder a la facción nacionalista de Chiang Kai-Shek, que tras la guerra civil había tomado posesión de la isla de Taiwán y se adjudicaba desde allí el derecho a regir en el continente.
El empeño militar de China en esta guerra logró disuadir a occidente de entrar en conflicto directo con la joven república, pero hacia dentro del país mostró la disparidad de poder que existía frente a una potencia nuclear. En consecuencia, el gobierno de China se propuso desarrollar esta capacidad como recurso para garantizar su defensa nacional.
Tras una década de tensiones, marcada por las recurrentes crisis en el estrecho de Taiwán, este objetivo fue alcanzado y el 16 de octubre de 1964 el Ejército Popular de Liberación desempeñó su primera detonación nuclear en el desierto de Gobi. La demostración marcó para China el comienzo de una transformación radical en sus relaciones internacionales, que comenzarían a trazar un rumbo cada vez más autónomo hasta convertirse en uno de los pilares para su actual soberanía política, económica y tecnológica.