

Vincent Chin nació en Guandong en 1955, y en los 60 fue adoptado por una familia sinoamericana. Creció en las cercanías de Detroit, donde desarrollaría su carrera en la industria automotriz, hasta que un trágico 19 de junio de 1982, durante su despedida de soltero, dos hombres estadounidenses, luego de una pelea, lo golpearon con un bate de béisbol dejándolo gravemente herido. Vicent falleció unos días después, un 23 de junio.
Aunque ante tal atrocidad, no existen explicaciones comprensibles, los autores del hecho, Ronald Ebens y su hijastro, Michael Nitz, ambos trabajadores automotrices, tenían un fuerte odio hacia los ciudadanos japoneses, debido al crecimiento de la industria de automóviles de Japón que, según ellos y otros tantos creían, era la responsable de la pérdida de empleos en las fábricas norteamericanas. Poco importaba que Chin fuera chino y norteamericano, sus rasgos fueron suficientes para condenarlo. Menos importaba aún, que los ciudadanos asiático y asiático-americanos no fueran responsables por las dinámicas económicas y del comercio internacional. Lo cierto es que, los sentimientos de odio anti-asiáticos son de larga data en Estados Unidos y se han cobrado (y siguen cobrándose) múltiples vidas.
El poder judicial sin hacer honor a su nombre, dejó este crimen casi impune. Los cargos de homicidio fueron rebajados a la figura penal de manslaughter (lo que implica una carga menor de responsabilidad a la de homicidio en primer o segundo grado, que son las figuras jurídicas habituales para este tipo de casos). Gracias a ello, los asesinos no fueron a la cárcel, simplemente pagaron una multa de 3.000 dólares más tres años de libertad condicional. A pesar de los testigos que daban fe de insultos racistas durante el ataque, la defensa argumentó que fue solo una pelea de bar, no motivada racialmente.
La indignación que produjo este fallo fue llamada por presidente del Consejo Chino de Detroit como “una licencia de u$s 3.000 para matar asiáticos”. Este crimen fue un punto de inflexión para la unión de las comunidades asiáticas en la lucha por sus derechos civiles, así como de los movimientos que reclaman por cambios en la legislación en materia de crímenes de odio.
Por entonces, no existía legislación específica respecto de los crímenes de odio. Muchas organizaciones, excepto la American Citizens for Justice (Ciudadanos Americanos por la Justicia), consideraban que la legislación existente en materia de derechos civiles no era aplicable a los ciudadanos de orígen asiático, demostrando que los mismos, seguían considerándose eternos extranjeros a pesar su arraigo en los Estados Unidos. Otros consideraron que el caso de Chin, no podía tratarse como un crimen de odio, ya que era un asunto político, motivado por la competencia comercial en la industria automotriz.
Ya han pasado 40 años y los ataques a ciudadanos asiáticos continúan. La extranjerización de los mismos en sus países natales (en la diáspora) y de residencia, también. Las comunidades asiáticas, sin embargo, han apartado cualquier diferencia en sus orígenes, para unirse en la lucha por sus derechos y en contra del racismo. En el aniversario del ataque, se unirán una vez más en una misa interreligiosa y en una conmemoración no sólo de Vincent, sino de la lucha que con su legado se ha fortalecido.