

La presencia de chinos en México data de la época colonial, llegando allí para trabajar en tareas de carga o trabajos de poca remuneración. Sin embargo, la mayor ola migratoria inició en la segunda mitad del Siglo XIX, y en particular a partir de 1877 cuando fueron expulsados de los Estados Unidos. A su vez, el régimen de Profirio Diaz impulsó la migración china ante la necesidad de mano de obra en el proceso de modernización que el país estaba encarando.
Al inicio, los migrantes eran mayormente hombres jóvenes en edad laboral. En general, eran confucianos, budistas o ateos. Muchos de ellos lograron progresar económicamente y algunos formaron familias chino-mexicanas. Sin embargo, a partir de la revolución mexicana de 1910, surgen movimientos fuertemente anti-chinos que derivaron en saqueos, masacres, persecuciones y deportaciones. Tanto las autoridades locales y nacionales, como la prensa y parte de la sociedad civil fueron partícipes de la violencia simbólica y física contra los chinos. La misma, derivó en trágicos eventos como la matanza de Torreón en 1911, en la cuál la mitad de los ciudadanos chinos de Torreón, Coahuila (noreste de México) fueron asesinados (unas 303 muertes).
En este marco, muchas familias chino-mexicanas (en general compuestas por hombres chinos y mujeres mexicanas católicas) fueron deportadas. Acorde al investigador José Luis Chong, mientras que en 1926 la población total de chinos en México sumaba unos 26.000, en 1940 sólo quedaban alrededor de 4.856.
Con las deportaciones se forma lo que la Dra. Susana Brauner denomina una “diáspora mexicana en China”, que durante treinta años fue construyendo una identidad mexicana en el exilio, con un fuerte nacionalismo y un deseo de retorno a México. En dichas familias predominará la religión de la madre: católica. Madres que, en China, continuaban rezando a la Virgen de Guadalupe, cantando rancheras y enseñando castellano a sus hijos. Estas familias fueron repatriadas en los años ‘60, pudiendo reincorporarse a la vida mexicana.
Aunque la historia de Ciudad de México tomó un rumbo distinto. Allí no hubo agresiones físicas como en otras regiones, permitiendo a los chinos asentarse y desarrollar negocios propios con una cierta prosperidad, incluida la creación de un Barrio Chino.
Como muchos mexicanos, las segundas generaciones de chinos en México y posteriores, fueron desarrollando una identidad católica, adorando a la Patrona de México: la Virgen de Guadalupe. En la primera peregrinación de 1958 podía observarse a mujeres vistiendo trajes típicos chinos y parte del sermón fue en idioma chino.
La interculturalidad de las nuevas generaciones de chino-mexicanos también se observa en sus restaurantes, donde las deidades chinas se combinan con imágenes católicas. Los elementos propios de sus identidad mexicana no menoscaban sin embargo el reconocimiento y reivindicación de sus raíces chinas.
Las nuevas dinámicas migratorias en un México más abierto a la pluralidad religiosa que el que encontraron los primeros inmigrantes chinos, posiblemente traigan consigo nuevas identificaciones y relaciones con la fé. Lo que queda claro es que las migraciones chinas han logrado crear lazos entre sus patrias, aún en contextos de racismo, para conservar y revitalizar sus diversas identidades.