¿De qué se trata la trampa de Tucídides entre EE.UU. y China?
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Graham Allison formuló cuáles son los principales desafíos que enfrentan las dos potencias. ¿Será posible que se evite la guerra en esta transición hegemónica?

El politólogo norteamericano publicó el libro Destinados a la guerra ¿Pueden América y China escapar a la trampa de Tucidides? en 2017 expresando la dosis justa de realismo necesario para entender cuán catastrófico puede ser un enfrentamiento abierto entre ambas potencias. También ofrece un análisis racional sobre las posibilidades de evitarlo.

¿De qué se trata esta trampa?

La trampa de Tucídides hace referencia a los conflictos entre potencias en ascenso y potencias ya establecidas. El historiador ateniense logró entender que la confrontación entre Atenas y Esparta no se debía a anécdotas o alianzas con otras ciudades sino a partir del creciente poder de Atenas y el miedo que ese nuevo poder generaba en Esparta. Teniendo en cuenta esta lógica de disputa Allison junto a otros investigadores se dedicaron a estudiar las confrontaciones entre potencias desde el siglo XV hasta nuestros días.

Desde el tratado de Tordesillas entre Portugal y España que a partir de la mediación papal evitaron la guerra, pasando por las guerra mundiales, hasta la guerra fría se analizan 16 casos de los solo 4 terminaron evitando la guerra. Hay motivos para ser pesimistas y sostener que cada 4 casos 3 terminaron en guerra por lo tanto la probabilidad de una confrontación trágica es mayor que la posibilidad evitarla.

Pero también hay motivos para para ser optimistas. Desde la aparición de las bombas atómicas y luego de la II Guerra Mundial las confrontaciones se canalizaron evitando una guerra total entre potencias. El triunfo de EE.UU. en la guerra fría o el ascenso Alemania en Europa en las últimas tres décadas son dos ejemplos que demuestran que la destrucción bélica es evitable en tiempos recientes.

¿Qué pasa entre EE.UU. y China?

Allison, a pesar de mantener un posicionamiento ideológico alejado del sistema político que gobierna China tiene un análisis realista sobre su lugar en el mundo. El politólogo norteamericano entiende que no se puede negar el creciente protagonismo global de China. Desde la apertura de relaciones entre Henry Kissinger y Zhou Enlai en los 70´ hasta la administración Obama, EE.UU. asumió la estrategia de “comprometerse” con la incorporación de China al orden global vigente y de  “cubrirse” desarrollando una alianza con países como Japón o Corea del Sur que permitieran contener el creciente protagonismo de ese país. También sostiene que la estrategia del Pivote a Asia formulado por Hillary Clinton en 2011 para detener el protagonismo chino no alcanzó sus objetivos en parte por la misma ineficiencia del gobierno norteamericano.

Fuente: The Washington Street Journal

La situación ha llegado a un punto en la que ninguna de las dos potencias puede seguir comportándose tal cual lo han hecho hasta el momento. China, a diferencia de otros países asiáticos, no quiere solamente ser aceptado en el mundo como un miembro honorario de occidente. Allison es consciente de que el ascenso de China no solo implica un rebalanceo del poder global sino que al tratarse del principal jugador de la historia del mundo estamos ante una nueva situación. Su protagonismo económico, en un balance de poder en el cual lo económico pesa más que militar, cambia efectivamente la relación entre ambas potencias. También en su análisis se evita la estigmatización del gigante asiático como una nueva potencia belicista. “Porque China quiera poder “pelear y ganar” no implica que quiera pelear” sostiene. De hecho, sostiene que las principales hipótesis para que Beijing decida el uso de la fuerza dependen de la inestabilidad interna o que perciba que se enfrenta a un adversario más poderoso.

Allison coincide explícitamente con Samuel Huntington, retomando la teoría del choque de civilizaciones y asumiendo que las distancias culturales exacerban la posibilidad del conflicto entre ambas potencias aunque también admite que desde EE.UU. predomina un gran desconocimiento de la otra potencia y una falta de estrategia.

¿Se puede evitar la guerra?

El análisis de la trampa de Tucídides advierte sobre la posible catástrofe. Al igual que durante la guerra fría la portación de armas nucleares por parte de ambas potencias aseguran la destrucción mutua en caso de una guerra total. Pero además, los niveles de integración económica mucho más elevados que en los casos de confrontaciones previas, también aseguran unos costos sin precedentes para las economías de todo el mundo en el caso de un enfrentamiento abierto.

Pero el análisis de Graham no es catastrofista. Asume que es fundamental entender que la guerra es evitable y se debe hacer lo necesario para que no exista. Además de detectar los potenciales focos de conflicto militar (Taiwán, Corea, Japón, el Mar de China Meridional, etc.), señalar los posibles acuerdos e intereses comunes, señala que una de las principales claves para el resultado de la confrontación son los resultados domésticos a la hora de fortalecer a cada país. Propone priorizar los intereses nacionales (el “American first”) pero no como una cuestión de propaganda sino estratégica.

El politólogo norteamericano señala que uno de los principales problemas para EE.UU. es su misma concepción como país. Según Graham: “No hay “solución” para el dramático resurgimiento de una civilización de 5.000 años y 1.400 millones de personas. Esta es la condición, es la condición crónica que deberá ser manejada por más de una generación. Construir una estrategia proporcional a este desafío requiere muchos años y mucha disposición”.

El politólogo sostiene que para los norteamericanos que su país sea la principal potencia global se ha trasformado en parte de su identidad nacional. Para muchos de ellos es inconcebible que este cambio vaya a suceder aunque sea inevitable.

China y Estados Unidos tienen una concepción distinta del orden internacional basadas en otros valores, ideas y principios. El mejor ejemplo del pasado para evitar la guerra es la transición entre Reino Unido y Estados Unidos. En ese caso la potencia que dominaba asumió que ya no podía hacerlo y decidió asociarse a la potencia en ascenso resguardando sus intereses nacionales. Esa política le permitió por ejemplo a Reino Unido tener un aliado estratégico en las guerras del siglo XX y aún tener un lugar privilegiado en la institucionalidad global.

Más allá de las particularidades del caso y la cercanía cultural que habilitaron ese proceso resulta fundamental que China y Estados Unidos asuman claramente cuáles son esos intereses que pretenden resguardar y estén dispuestos a convivir estratégicamente con la otra potencia. Cada país debería focalizar más en lo que necesita que en lo que desea para evitar la trampa de Tucídides. Así también, cada parte debería asumir que sus alianzas no pueden estar por encima de la posibilidad de una confrontación.

Graham identifica claramente la estrategia China evitando confrontaciones definitivas y tratando de dar respuestas a las transformaciones que generaron su creciente protagonismo mientras que encuentra la ausencia de una formulación semejante en EE.UU.. Claramente los cuatros años de la administración Trump y la pandemia del Covid-19, posteriores a la publicación del libro del politólogo norteamericano, fortalecieron esa crisis estratégica y aumentaron los peligros.