

En la actualidad el conocimiento sobre los mitos chinos se encuentra bastante fragmentado, ¿la razón? Pues ni más ni menos que la revolución cultural iniciada en el 213 AC cuando el emperador Shi Huang Di, luego de unificar el país ordenó la quema de todo libro “técnico” con el objetivo de generar un “quiebre con el pasado”. Como en la historia de la humanidad, una gran cantidad de escolásticos desafiaron la orden, y al menos se conoce el nombre de 460 que pagaron muy caro el precio, en resumen, perdieron su cabeza. ¡La purga fue despiadada, pero algo siempre sobrevive! Dentro de esta última puede encontrarse la literatura mítica sobre la creación, que fue resguardada principalmente por los taoístas, ya que además de representar la creación también representa la separación del cielo y la tierra, el inicio de todo, la separación en yin y el yang.

P’an-Ku
La historia cuenta así… O como dice la cita…. “Desde hace mucho tiempo…”
Los cielos y la tierra eran solamente uno y todo era caos. El universo era como un enorme huevo negro, que llevaba en su interior a P’an-Ku. Tras 18.000 años, P’an-Ku se despertó de un largo sueño. Se sintió sofocado, por lo cual empuñó un hacha enorme y la empleó para abrir el huevo. La luz, la parte clara, ascendió y formó los cielos, la materia fría y turbia permaneció debajo para formar la tierra. P’an-Ku se quedó en el medio, con su cabeza tocando el cielo y sus pies sobre la tierra. La tierra y el cielo empezaron a crecer a razón de diez pies al día y P’an-Ku creció con ellos. Después de otros 18.000 años el cielo era más grande y la tierra más gruesa; P’an-Ku permaneció entre ellos como un pilar gigantesco, impidiendo que volviesen a estar unidos.
P’an-Ku falleció y las distintas partes de su organismo se transformaron en los elementos de nuestro mundo. Su aliento se transformó en el viento y las nubes, su voz se convirtió en el trueno. Un ojo se transformó en el sol y el otro en la luna. Su cuerpo y sus miembros, se convirtieron en cinco grandes montañas y de su sangre se formó el agua. Sus venas se convirtieron en caminos de larga extensión y sus músculos en fértiles campos. Las interminables estrellas del cielo aparecieron de su pelo y su barba, y las flores y árboles se formaron a partir de su piel y del fino vello de su cuerpo. Su médula se transformó en jade y en perlas. Su sudor fluyó como la generosa lluvia y el dulce rocío que alimenta a todas las cosas vivas de la tierra.