

El nacimiento de una nueva ola de directores (que recibieron el denominativo de “La Quinta Generación de Pekín”) que, si bien habían sido educados en el sistema de la Revolución Cultural, estaban dispuestos a embarcarse en la configuración de un nuevo panorama artístico que desafiara las convenciones, tanto en el plano político (enfrentándose en muchas ocasiones a la censura a través de historias con un alto contenido metafórico), como en el estrictamente creativo, mediante la modernización de un sistema fílmico nacional que todavía de alimentaba del cine de acción. Mediante relatos que intentaban poner de manifiesto las incongruencias sociales del momento y un inicio de cambio en las convenciones estilísticas que regían la composición expresiva de los films, comenzaron a experimentar con recursos de la imagen a través del cromatismo y la plasticidad. El color se convirtió en la base constitutiva de todo un sistema autoreferencial cargado de simbología que sirvió para introducir al espectador en una perturbadora experiencia profundamente sensitiva y emocional. A esta técnica con la que se pretendía crear estados de ánimo a través de matices y pigmentaciones cromáticas predominantes, se le denominó “expresión plástica” y se encontraba presente en las dos películas fundacionales del movimiento, Tierra Amarilla (Huang Tu Di, 1984) de Chen Kaige y Sorgo Rojo (Hong Gao Liang, 1987) de Zhang Yimou.
Pronto, tanto Chen Kaige como Zhang Yimou, se convirtieron en los estandartes de este nuevo cine chino que se abría paso en occidente sin dificultad, gracias a la aceptación inmediata por parte de la crítica especializada y a su consideración en el seno de los más grandes festivales internacionales.
Yo vengo a promocionar a uno de mis directores favoritos: Zhang Yimou. Podría resumir su obra en “Sabe contar una buena historia”, que no muchos pueden hacer, sino que además, a lo largo de seguirlo durante tantos años, he podido observar que sólo a través de las imágenes y los colores que elige para cada escena uno es capaz de saber lo que sucede y la trama.
Es el autor de joyas maravillosas como la aclamada “Sorgo Rojo” o (mi preferida) “Vivir”. Películas como “Hero” hay que verlas en cine, la pantalla chica no es suficiente para lo que desea transmitirnos. Trasmite conmoción, dolor, belleza y da voz a quienes no las tienen. Capaz de contar historias pequeñas y humanas como “Ni uno menos” o historias grandilocuentes como “La maldición de la flor dorada”. Tampoco debemos olvidar esa maravilla de presentación de las Olimpíadas de Beijing en 2008, si señores… esa estética fue su obra. Sabe cómo emocionarnos, parece fácil, pero conmover a alguien, apelar a emociones profundas, maravillar o tocarnos hasta las lágrimas no es tarea fácil. Pero para Zhang Yimou lo es.
Trataré de ser lo más breve posible en cuanto a las temáticas y cómo fue llevando su filmografía, insisto… trataré.
Tradición, tierra, deseo, muerte
Estos 4 ejes generan sus primeras películas Sorgo Rojo, Ju Dou. Semilla de Crisantemo (Ju Dou, 1990) y La Linterna Roja (Da Hong Deng Long Gao Gao Gua, 1991). Tradición presente y una fuerte crítica en torno a la idea de yugo patriarcal dentro de una sociedad represora que supedita el rol femenino a la condición de mero objeto de mercancía. La joven de Sorgo Rojo, Jou Dou y Songlian, tres mujeres jóvenes y fuertes condenadas a sufrir la pérdida de su libertad, víctimas de su propio destino, aquél que las condiciona a vivir esclavas de los intereses de los hombres a los que pertenecen.
Las heroínas de Zhang Yimou son conscientes de su situación e intentan rebelarse ante ella, aunque no todas lo hacen de la misma manera. Eso sí, el sexo se convierte en la única forma de poder que tienen a su alcance, y la utilizan como arma para liberarse de las ataduras a las que se encuentran sometidas.
En Sorgo Rojo la protagonista se niega a mantener relaciones sexuales con el hombre a la que ha sido vendida mientras que accede a perder la virginidad con uno de los criados de su marido, y Ju Dou se venga de las vejaciones y de las torturas físicas de su impotente esposo encontrando consuelo carnal en su mejor y más fiel empleado. Sin embargo, la Songlian de La Linterna Roja lleva hasta el límite su condición de esclava, de mujer-objeto, ya que entra en el juego de humillación establecido por su amo, al permitir introducirse en las diferentes rivalidades que se establecen entre las demás concubinas por conseguir ser su favorita y alcanzar los privilegios propios de la primera dama de la casa. La colocación de los farolillos en las estancias de las diferentes esposas, noche tras noche, provoca una sensación de inmovilidad, de tiempo estancado, de repetición perpetua que se prolonga día a día, año en año, y que se hereda de generación en generación. En Semilla de Crisantemo continúa prevaleciendo las costumbres arraigadas a través de la necesidad de encontrar una hembra fértil que sea capaz de engendrar un varón que continúe con la estirpe familiar, mientras que en Sorgo Rojo las costumbres son rituales fecundativos vinculados a la tierra y a la cosecha, por lo que su carácter es alegre y festivo.
Si en Ju Dou la tintorería es prácticamente en el único escenario en el que se desarrolla la acción, en La Linterna Roja el elemento claustrofóbico vuelve a cobrar un intenso sentido espacial en la figura de una fortaleza construida a modo de microcosmos viciado en el que se encierra a las mujeres protagonistas y se las convierte en prisioneras, aislándolas a cada una en una celda individual. El director visualiza estos entornos cerrados utilizando una perfecta geometría en la composición del interior del plano. La simetría formal que se genera unida a un juego de distancias focales nos presenta en ocasiones a los personajes enmarcados como si se encontraran recluidos en cajas, como si esas bellas mujeres fueran meros objetos decorativos en las diferentes estancias de una casa de muñecas inerte, vacía, sin vida. Tan sólo en los tejados del castillo las protagonistas se sentirán libres, aunque esa libertad se encuentre siempre asociada con la muerte. Una muerte que, junto a la locura, serán precisamente las dos únicas salidas que les queden a Ju Dou y Songlian para escapar de sus respectivas jaulas y por fin ser libres.