

Renacimiento wuxia.
En el año 2000, Ang Lee con su Tigre y Dragón (Wo Hu Cang Long, 2000), desempolva con acierto uno de los géneros chinos más importantes de su historia tradicional, el wuxia-pian (películas de espadachines y artes marciales), y consigue un éxito mundial sin precedentes. En ese resurgimiento ve Zhang Yimou la posibilidad de practicar un nuevo estilo que le permita acceder a las grandes audiencias manteniendo un elevado nivel de autoexigencia artística. La sorpresa fue máxima cuando nos enteramos del proyecto de una superproducción interpretada por estrellas de Hong Kong de la talla de Jet Li, Tony Leung Chiu-wai, Maggie Cheung o Donnie Yen.
Una vez, Yimou declaró que no se debería permitir que la economía lo dominara todo y que la cultura se encontrara supeditada a los intereses comerciales: “El cine comercial y vulgar domina nuestras pantallas. Los directores que una vez se hubieran sentido avergonzados de hacer tales películas, en la actualidad se sienten orgullosos de que éstas lleven sus nombres”. Estas declaraciones extraídas durante la promoción de “El Camino a Casa”, sin duda, se volvieron contra el cineasta, que unos años más tarde claudicaría con “Hero” (Ying Xiong, 2002) ante la tentación populista de realizar cine de consumo. Eso sí, no se le puede reprochar que cayera en la vulgaridad. Sus últimas películas son, sobre todo, experiencias estéticas de una belleza visual arrebatadora en las que se reinventan las leyes orgánicas y sensitivas para alcanzar la máxima estilización que se puede extraer del lenguaje cinematográfico. Sin embargo, la sombra de la duda sigue persiguiendo a Yimou: ¿hasta dónde puede llegar el poder de seducción de las imágenes?
Muchas las de escenas de “Hero” son capaces de despertar, tan sólo a través de su composición, emociones auténticas. Más allá de hazañas coreográficas y escenográficas y de su deslumbrante fotografía a cargo de Christopher Doyle, es un film demasiado rígido al que le falta alma. Fue precisamente este aspecto el que el director intentó subsanar en su siguiente trabajo, “La Casa de las Dagas Voladoras” (Shi Mian Mai Fu, 2004), en el que la historia de amor de los personajes se erige como verdadero núcleo significativo consiguiendo que exista una mayor coherencia narrativa y dramática. Las conspiraciones, las acrobacias, las escenas de lucha, la plasticidad cromática, no son más que un precioso envoltorio que recubre un romántico relato acerca de la pasión y sus consecuencias, en un mundo enfrentado en el que parece no existir la posibilidad de que los personajes sean libres para ejercer su propia voluntad. Zhang Ziyi y Takeshi Kaneshiro intentan escapar de esas imposiciones, a pesar de que encontrarse aprisionados en el interior de la pantalla, dentro de las rejas que conforman la verticalidad de los troncos de bambú. Un cine que se encuentra en una nueva encrucijada, tras la realización de “La Maldición de la Flor Dorada” (Man Cheng Ji Dai Huang Jin Jia, 2006), que incide en el aspecto ornamental de la puesta en escena, esta vez sublimada a unos niveles de barroquismo y ampulosidad que la constriñen y ahogan en un corsé de retórica visual igual de apretado que el que luce la propia Gong Li.
El Yimou post olímpico
En los últimos años, la creatividad de Zhang Yimou ha abarcado nuevos campos. En diciembre de 2006 dirigió a Plácido Domingo en el estreno mundial de la ópera “The First Emperor”, del compositor Tan Dun, en el Teatro Metropolitano de la Ópera de Nueva York. Además de convertirse en el estandarte de los JJ.OO de Beijing, como primer director de las ceremonias de inauguración y clausura de la 29ª edición de los Juegos Olímpicos de 2008 celebrados en Pekín.
Una vez más, Yimou vuelve a sorprendernos, y lo hace adaptando la ópera primera de los hermanos Coen. El mismo director explicaba los motivos que le habían llevado a rodar la película: “Me gustan todas las películas de los hermanos Coen. Hace unos 20 años, en un festival de cine, vi su primera película, Sangre Fácil, y me impresionó mucho. Siempre me acordé de esta película a pesar de no volver a verla. Un día me vino una idea: ¿Y si convertía Sangre Fácil en una historia china? Así empezó a cobrar forma “Una Mujer, una Pistola, y una Tienda de fideos Chinos”. Yimou recrea la infidelidad deslocalizando la historia original en un puesto de fideos chinos del siglo XVII, lo que la convierte en un producto algo naif pero respetando el peculiar sentido del humor negro de los Coen. Una aventura ecléctica que sólo puede entenderse fruto de esa globalización bien defendida por un cineasta que en la última década nos ha sorprendido por su ingeniosa sofisticación referencial y su clara adhesión al cine comercial más refinado. En esta obra, Yimou nos enseña rápidamente las cartas. La primera secuencia es de una sencillez aplastante, pero digna de ser enseñada en una escuela de cine. Por colorido, por los diálogos, por el humor. Y a partir de ahí la comedia no abandonará la sala… , como si se tratara de un juego de puertas que se abren y se cierran, todo funciona con una precisión endiablada… hasta el último tercio de la cinta, previa a la resolución de la historia, donde el humor deja paso a la tragedia, cuando los personajes irán encontrando su retorcido destino, y las puertas que han ido abriéndose y cerrándose, acabarán por cerrarse en un antológico final de fiesta. En este film hay algo fascinante para probar, si tienen la oportunidad de verla, bajen el volumen, eliminen los subtítulos y solamente disfruten las imágenes… no van a notar la diferencia. Es irrisorio, pero la película que considero como más kitsch de Yimou puede ser meramente una narración visual, sin perder detalle de la historia.
Mientras China se preparaba para albergar los JJ.OO, Yimou vuelve la mirada a la Revolución Cultural. Aunque a diferencia de sus primeras obras, no sea la crítica social, la denuncia, ni tan siquiera el retrato de una época, lo que persiga. Basada en la novela del mismo título del aclamado autor Ai Mi, de la que se han vendido tres millones de ejemplares desde su publicación en 2007, Zhang Yimou dirige “Amor Bajo el Espino Blanco”, una historia de amor que acontece en un momento trágico de la historia de China. Se dijo a sí mismo que no era el momento de mostrar las heridas que muchos sufrieron entonces: el dolor está y permanecerá entre ellos. Quiso hablar del amor, y darle forma en imágenes.
A principios de 2012, Zhang Yimou se paseó por la alfombra roja de Berlin para presentarnos su última producción hasta el momento, compartiendo cartel con los actores Christian Bale y Tong Dawei, además de parte de las flores a las que da título su última película, Ni Ni y la inocente Zhang Doudou. “Las flores de la guerra” es el retrato que hace Yimou de la masacre de Nanking. Si con “Ciudad de Vida y Muerte”, Lu Chuan (Kekexili, 2004) se había acercado al mismo incidente humanizando al invasor, introduciendo el punto de vista de los japoneses y convirtiendo a uno de ellos en un héroe, Zhang Yimou ha optado por enfrentarse a la historia enfocando el asunto de forma unívoca. ¿Discutible? Puede ser.
Zhang Yimou abandona las calles de Nanking para refugiar a sus protagonistas en una iglesia en la que Christian Bale ejercerá junto a un grupo de prostitutas, del Schindler mandarín para las jóvenes estudiantes que forman el coro. Es quizá el actor británico, piedra angular para la distribución internacional de la película, la pieza más frágil del conjunto. A pesar de ofrecer una interpretación correcta, difícilmente se hace creíble para el espectador. Aun y así “Las flores de la guerra” es una película recomendable. Y lo que es mejor, a pesar de ofrecernos un gran espectáculo, la película está viva en los pequeños detalles: en la mirada de una niña que a través de la cristalera de una iglesia, descubre la tristeza y crueldad de la guerra… Como hacía en sus pequeñas películas hace años… cuando la escolar perdida, regresaba a clase.
Tras una etapa de lo más prolífica en su (habitualmente activa) carrera, con estrenos de largometrajes anuales e incluso la dirección de ceremonias de Juegos Olímpicos, Zhang Yimou se tomó tres años para preparar su siguiente film : The Great Wall”, un delicado drama intimista que no ha requerido un gran despliegue de medios que no dejan huella. “Coming Home” (Regreso a casa) nos devuelve al otro Zhang, al que proyecta una mirada propia sobre la realidad, aunque no llegue a la altura de sus mejores logros.